Nunca despiertes al dragón que duerme
Nunca despiertes al dragón que duerme bajo mi pálida luna,
ésta luna que nació un día
del sueño de mis bolsillos rotos
y de una risa de las amapolas
entre leones disecados.
¡Yo!,
yo ya nada les digo a las hadas,
ni jamás les muestro mi gran corazón dorado.
Mi piel está hecha de arco-iris rotos,
y el sudor, allí, se funde perezoso.
Hacia abajo cuelgan mis culpas
retando al dragón dormido.
¡Adiós!,
adiós burbuja metálica,
creciste entre las huellas
de los cisnes en la arena
y entre una balada
de torpes acordeones.
Mi alma, que tanto teme al sueño
quiere galopar desnuda sobre una balsa,
y huir así del rumor de los mordiscos
de las moscas sobre la carne.
Por mis venas pacen las flores
ante la incertidumbre de ser un caballo,
y arranco los días de las conchas
para libar el sustrato del que camina.
Mañana,
mañana seré cascada salvaje
y arrollaré, desnudo, a un amanecer de grillo.
¡Adiós!,
adiós a los primeros brotes de besos
que aún conservan el terror de la mañana.
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