sábado, 7 de noviembre de 2015

Poema cautivo de "CUADERNOS DEL HEDONISTA" David Efe



POEMA CAUTIVO






Para Mario, quien murió de amor tras una agonía
de dos años después de la muerte de Jaime.

Para Malasbarbas,
quien con quince años en una tarde de verano
esnifó tres ácidos y se perdió en el país Nunca jamás.

Para Beny,
quien logró estamparse con su furgoneta de reparto
contra cuatro policías en un control de alcoholemia,
ese posiblemente fue el único día sobrio de toda su existencia.

Para Tito, el Hombre-botella,
quien estando ciego como de costumbre
fue apuñalado por su compañero de piso,
Tito se acostó en su cama,
colocó las tripas en su sitió y se quedó dormido.

Para el Chino,
a quien lo encontraron una mañana desangrado
en el pasadizo que cruza la autopista,
algunos decían que amaba demasiado a los niños.

Para Gladis,
quien fue mi novia y la novia de todos
y que murió de sobredosis y sola
el día de sus veinticuatro cumpleaños.

Para Román,
a quien le encantaban los amaneceres
y que tras pasar cinco días de fiesta
murió de hipotermia en una bonita mañana de primavera.

Para Moly,
quien nunca tuvo suerte y que recibió
tres disparos por la espalda a cinco metros
del que fue su último cajero
de la mano de un militar jubilado.

Para Txus el Espasmódico,
quien nació con las peores cartas
y que decidió no jugárselas.

Para Juan, el  padre de la Sonia,
quien en una mañana fría de invierno
prendió fuego a una oficina del INEM
y que actualmente trabaja en una gasolinera.

Para Radoy,
quien murió en presencia de unos amigos
en una hermosa mañana soleada
estando de gaupasa en su casa,
y es que a su corazón no le sentó nada bien
bajar la ketamina con heroína.

Para Maca,
quien atravesó dormida dos décadas
y que ahora está casada con un bombero
y tiene tres críos a los que lleva
al colegio en un enorme cuatro por cuatro.

Para Mateo el Rojas,
Mateo, el asceta revolucionario,
Mateo, quien sólo bebía vino,
Mateo, quien según la policía
murió de sobredosis en su celda.

Para Angelillo el Infernillo,
a quien su tendencia homicida
lo llevó hasta una prisión
química de la que nunca más saldrá.

Para Fernando el Sapo,
quien no sabía estarse quieto
y a quien jodieron con medio kilo de speed
a la puerta de su casa,
eso sí, las esposas no impidieron su última carrera,
y esta duró cuarenta y cinco minutos
e intervinieron más de doce agentes
según fuentes policiales.

Para Pedro el Chanclas,
quien mendigaba en el mercado
recitando versos de Machado y de Cernuda,
y que gorroneaba porros a los chavales del parque,
el Chanclas amaneció muerto entre vómitos y cristales
junto a la cuesta larga que sube al metro.




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