POEMA CAUTIVO
Para
Mario, quien murió de amor tras una agonía
de
dos años después de la muerte de Jaime.
Para
Malasbarbas,
quien
con quince años en una tarde de verano
esnifó
tres ácidos y se perdió en el país Nunca jamás.
Para
Beny,
quien
logró estamparse con su furgoneta de reparto
contra
cuatro policías en un control de alcoholemia,
ese
posiblemente fue el único día sobrio de toda su existencia.
Para
Tito, el Hombre-botella,
quien
estando ciego como de costumbre
fue
apuñalado por su compañero de piso,
Tito
se acostó en su cama,
colocó
las tripas en su sitió y se quedó dormido.
Para
el Chino,
a
quien lo encontraron una mañana desangrado
en
el pasadizo que cruza la autopista,
algunos
decían que amaba demasiado a los niños.
Para
Gladis,
quien
fue mi novia y la novia de todos
y
que murió de sobredosis y sola
el
día de sus veinticuatro cumpleaños.
Para
Román,
a
quien le encantaban los amaneceres
y
que tras pasar cinco días de fiesta
murió
de hipotermia en una bonita mañana de primavera.
Para
Moly,
quien
nunca tuvo suerte y que recibió
tres
disparos por la espalda a cinco metros
del
que fue su último cajero
de
la mano de un militar jubilado.
Para
Txus el Espasmódico,
quien
nació con las peores cartas
y
que decidió no jugárselas.
Para
Juan, el padre de la Sonia,
quien
en una mañana fría de invierno
prendió
fuego a una oficina del INEM
y
que actualmente trabaja en una gasolinera.
Para
Radoy,
quien
murió en presencia de unos amigos
en
una hermosa mañana soleada
estando
de gaupasa en su casa,
y
es que a su corazón no le sentó nada bien
bajar
la ketamina con heroína.
Para
Maca,
quien
atravesó dormida dos décadas
y
que ahora está casada con un bombero
y
tiene tres críos a los que lleva
al
colegio en un enorme cuatro por cuatro.
Para
Mateo el Rojas,
Mateo,
el asceta revolucionario,
Mateo,
quien sólo bebía vino,
Mateo,
quien según la policía
murió
de sobredosis en su celda.
Para
Angelillo el Infernillo,
a
quien su tendencia homicida
lo
llevó hasta una prisión
química
de la que nunca más saldrá.
Para
Fernando el Sapo,
quien
no sabía estarse quieto
y
a quien jodieron con medio kilo de speed
a
la puerta de su casa,
eso
sí, las esposas no impidieron su última carrera,
y
esta duró cuarenta y cinco minutos
e
intervinieron más de doce agentes
según
fuentes policiales.
Para
Pedro el Chanclas,
quien
mendigaba en el mercado
recitando
versos de Machado y de Cernuda,
y
que gorroneaba porros a los chavales del parque,
el
Chanclas amaneció muerto entre vómitos y cristales
junto
a la cuesta larga que sube al metro.
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